Forestier, en su proyecto definitivo de 1911, aporta una modificación definitiva del jardín de los Montpensier para convertirlo en parque público: la creación de las avenidas exteriores e interiores para el paseo de carruajes y como vía rápida peatonal. Son principalmente dos avenidas monumentales las que recorren en este sentido el parque en dirección norte-sur, la conocida como de las Sóforas y esta Avenida de los Plátanos, que en el proyecto de Forestier rematan en un semicírculo, uniéndose en el Monte Gurugú.
Estas dos grandes avenidas enmarcan así el espacio central del parque, núcleo del antiguo jardín ducal que se configura ahora frente a las avenidas de suelo duro como un eje de agua: desde el Monte Gurugú con su cascada, las fuentes de los Leones y las Ranas, hasta los estanques de los Patos y de los Lotos, se suceden diferentes juegos de agua que favorecen un paseo lento y de disfrute sensorial. Este eje existe en definitiva porque se encuentra forzado, al encontrarse remarcado por las dos avenidas monumentales.
A un lado y otro de las avenidas, el respeto del arbolado preexistente obliga a que los caminos se construyan en los espacios libres entre los árboles y se vuelvan así curvos e irregulares, lo cual rompe la rigidez o frialdad del excesivo geometrismo de los ejes. El Parque de María Luisa se revela entonces como una gran síntesis de experiencias jardineras, que va desde la exaltación de los árboles y la configuración de un paisaje de aspecto espontáneo y natural propias del jardín inglés, hasta la creación de potentes perspectivas y la racionalización de la naturaleza, características de la escuela jardinera francesa, pasando siempre por el influjo de ese jardín hispanomusulmán cuya esencia Forestier aprendió en sus viajes por España.